Bueno, les había comentado de este relato que hizo Lily Perozo con el tema del cumpleaños de Rachell, así que aquí se los dejo sin mas demoras, espero que lo disfruten, yo aun no lo leo, de hecho me había olvidado de que lo estaban promocionando, pero aquí les va. (y como nota curiosa, la saga de “Dulces Mentiras, Amargas Verdades” esta por ser lanzada en italiano con el nombre “Dulci Bugie, Amare Veritá” que en lo personal me encantara leer en italiano!!)
Los tibios lengüetazos que impregnaban de saliva los dedos del pie derecho de Samuel y que poco a poco lo despertaban, se convirtieron en mordiscos que lo hicieron sobresaltar violentamente en la cama, haciendo que Rachell también despertara con el corazón desbocado ante el susto, mientras trataba de acomodarse los cabellos revueltos.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado? —le preguntaba a Snow que se paraba sobre sus dos patas traseras y movía enérgicamente el corto rabito.
Rachell empezó reír bajito, mordisqueándose el dedo pulgar al ver a su hermosa mascota sobre la alfombra, entusiasmado con los reclamos que Samuel le hacía y automáticamente se le congeló la sonrisa en el momento en que él clavó su mirada en ella.
—¿Quién le dejó la puerta abierta al perro? —preguntó con los párpados entornados, buscando la culpabilidad en Rachell.
Aún no superaba esa sensación de ternura y ferviente deseo al verlo recién despierto, con sus párpados hinchados, sus cabellos desordenados y su boca más roja, haciéndola realmente apetecible. Así que no pudo retener ese suspiro que revoloteó en su pecho y lo dejó libre.
—Yo… yo no fui —contestó negando con la cabeza, tratando de salvarse de la acusación y de que él se diese cuenta de que lo estaba deseando como a nada en el mundo—. Así que no me culpes —sintió como la sábana se le deslizó cayendo en su regazo y las benditas pupilas de Samuel se deslizaron por su piel, encendiéndola con ese poder que tenía, poder sobre ella que no podía ocultar porque sus pezones traicioneros se erguían, gritándole a ese hombre que los atendiera, con besos, caricias, chupones, mordiscos. Con lo que él quisiera, pero que lo hiciera.
Samuel se obligó a regresar la mirada a la sonrojada cara de su mujer, a consecuencia de la excitación que le viajaba por la sangre y que él se moría por calmar.
—¿Entonces quién fue? Te recuerdo Mariposa tramposa que vivimos solos y yo no la dejé abierta —dijo elevando una ceja, entonces el perro empezó a ladrar exigiendo atención, porque por más esfuerzo que hacía no lograba subir a la cama.
Rachell abrió y cerró la boca, balbuceó un par de palabras inentendibles, tratando de dar una explicación que la salvara de ese interrogatorio por parte de Samuel. Pero era que no le gustaba que Snow se sintiera solo y en un lugar tan grande de noche, estaba segura que se asustaría. Apenas llevaban tres semanas viviendo en la casa y no terminaba de acostumbrarse, suponía que a su mascota le pasaba lo mismo, porque lo escuchaba merodear por todo el lugar y no lograba dormir hasta que ella no le abría la puerta y entonces se echaba en la alfombra a su lado, donde en medio de caricias se quedaba dormido.
—Por qué no dejas de reclamarme y me besas. ¿Acaso ya no quieres desearme buenos días? —preguntó en su defensa y dejándose llevar por sus más intensos deseos, que desesperadamente latían exigiendo saborear esa boca.
—Eres una manipuladora —masculló pellizcándole sutilmente un pezón.
Rachell lo golpeó en un hombro y entonces se dio cuenta de que los pezones de él también estaban erguidos, dándole la seguridad de que no era por el frío. Por curiosidad y porque el gran nudo de sábanas y edredones no le permitían ver, las hizo a un lado.
—¡Vaya sorpresa que tiene ahí señor fiscal! —dijo emocionada al ver la prominente erección a través del pantalón celeste del pijama.
—No puedo despertar de otra manera si sigues durmiendo desnuda —alegó lanzándosele encima, para que no sólo apreciara como lo tenía, sino que también lo sintiera.
—Intenté ser normal, pero no logro conciliar el sueño cómodamente —dijo sonriendo y esforzándose por sacar las piernas del nudo de sábanas mientras él le ayudaba.
—No me molesta que duermas sin ropa, pero debes estar dispuesta a levantarte más temprano —le pidió terminando por liberarla de las estorbosas telas.
—O tal vez hasta que tus ganas por mí disminuyan —sonrió encarcelándolo entre sus piernas.
—Eso no pasará nunca, ni aunque tenga ochenta años —confesó acariciándole los muslos, sintiendo en las yemas de sus dedos como los poros de Rachell se despertaban y esa sensación aumentaban las pulsaciones en su pene.
—Tendrás que tener los estimulantes sexuales encima de la mesa de noche —se carcajeó.
Samuel la imitó en una clara burla y después congeló el gesto, mirándola seriamente y empezó a mover lentamente la pelvis de abajo hacia arriba.
—Probablemente tenga que recurrir a estimulantes sexuales, pero no te me salvarás —murmuró contra los labios de su mujer, que descaradamente le sacó la lengua y empezó recórrele con la punta los labios, delineándolos una y otra vez. Él mansamente se dejaba.
—No quiero salvarme, quiero morir en las garras de una pantera vieja —le dijo mirándolo a los ojos y sus caderas empezaron a incitarlo, mientras sus manos empezaron a bajarle el pantalón del pijama.
Samuel se incorporó para quitarse la prenda y aprovechó para lanzar las sábanas al suelo, dejando a Snow sepultado entre el montón de telas. El perro no hizo nada, tan sólo gimió bajito y se echó a dormir.
Sonriendo con pillería le abrió las piernas a su mujer y empezó a mordisquearle el monte de Venus, ella reía ante las cosquillas que Samuel creaba con su barba, pero también jadeaba ante la tortura placentera que le brindaba con sus dientes. A segundos se miraban a los ojos y seguían riendo.
Con la punta de la nariz Samuel inició una caricia en ascenso que interrumpía con cortos y húmedos besos que repartió con mucha paciencia por el vientre femenino, mientras ella jugaba a despeinarlo o le acariciaba la espalda, deshaciéndose en temblores que no podía contener y suspiros que no podía gobernar.
Los besos le mimaban cada espacio de su torso; la respiración lenta y pesada de Samuel se estrellaba contra su piel, conduciéndola al mismísimo cielo, era suavidad y aspereza, esa barba de dos días arrastrándose por su cuerpo aumentaban el placer.
—Sam —suspiró el nombre con los ojos cerrados y el cuerpo arqueado en busca de más.
—Menina, meu amor —murmuró con la voz cargada de lujuria para después regalarle un generoso chupón a uno de los pezones, quedándose en el altar que ella le ofrecía, no sólo regalándose su respiración, sino que también le entregaba su vida en cada beso. Hasta que subió hasta su boca—. Gracias por regalarme los mejores despertares de mi vida.
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